lunes, 26 de diciembre de 2011

La música.

Y el canto nació en el cielo,
Como no podía ser de otra forma.
No sabríamos escuchar de otra forma
ni encausar el rumbo certero en otros blancos.

Por no silbar las notas salen con otro color.
Se acompañan de palmas que despiertan el alba;
De inciertas notas de un conjunto de cuerdas.

Alguien nos mira, nos aguarda y nos siente a lo lejos. Como si quisiera acechar a una presa inexistente, a una presa que mientras más de cerca se mira, más grande se vuelve hasta saber que no es presa sino predador.

Predadores del fuego, que bien sabemos
abre las puertas del averno.
Fuego en mi muñeca. En mis manos.
Fuego negro en tus ojos.

Así no es como el blanco y la flecha se miraban antes de realmente encontrarse en el pétreo cielo; ni como los palmípedos aplaudían antes de unir tempo.

Así no es como yo venía caminando hasta ahora.
Porque no podía recordar
como era bailar en el silencio,
con los ojos cerrados y los oídos abiertos.

Así no es como te acompañaron las estrellas
antes,
estrellas de carácter simbólico,
hoy
de carácter puntilíneo.

Así es como se escribe la letra y la música de una sinfonía de versos puestos a merced de una noche fugaz y fugitiva. Y aunque al final de sus obras el asaetador dispare, en su carcaj filosas saetas esperan ser desenfundadas para quebrarnos al medio, otra vez.

La almenara se hace ver. 

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