Me preparé para un café bien espumoso, pero no había. El azúcar estaba en la taza esperado a ser mezclado. Le dí un saquito de té negro que ahora humea, aunque no sea humo, en la taza. Taza que me calienta las manos congeladas, cuando la tomo con ambas en buena posición de agradecimiento por el calor. Hoy me levanté frío y quizás no tenga mucho para decir, nunca tenga mucho para decir.
Encontré un par de pentagramas anoche en mi cabeza, me levanté de la tibieza de mi cama cubriéndome el regazo con las frazadas para que la helada madera que saldría del placard no me doliera, me levanté en oscuridad, saqué el estuche en oscuridad, afiné en oscuridad y apareció la luz de la pétrea Cuncumén, de su flor de nácar.
A razón de una pregunta por cada día que pasa, me encuentro solo frente a estos dos símbolos: ¿? Cuncumén y alguna de mis catáfilas próximas a la superficie me miran raro, como si no estuviera caminando por donde debo… por donde debemos, perdón. A veces me excuso, o invento algo para salir del paso, que lo que hago me servirá después… cuando salgamos a poner en jaque a un par de reyes. Armaduras, espadas, que se yo. Ellos piensan afilar la daga en otra herrería. Y qué más puedo decirles, si ya sentaron sus bases, si ya justificaron mis errores, si ya tiraron a la mierda mis preguntas. Será cuestión de ver quien domina para sí mejor el tiempo, quién de nosotros lo pone a su disposición.
TIEMPO. ¿Qué carajo es eso?
[ Foto: Maqui Gómez Scolari ]